Dejar de fumar, ¿una meta posible?

Dejar de fumar ¿una meta posible?
La adicción al tabaco constituye la principal causa de muerte prevenible en todo el mundo. Una iniciativa promueve concientizar a la población sobre los riesgos que implica el cigarrillo para la salud del fumador y de su entorno.
SEGUIRJimena BarrionuevoPARA LA NACIONMARTES 31 DE MAYO DE 2016 • 16:03

Por su consumo mueren cada año 6 millones de personas en todo el mundo. En nuestro país, donde las estimaciones de la Tercera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del año 2013 indican que fuma el 25,1% de los mayores de 18 años, fallecen por año unos 40 mil fumadores activos, lo que representa alrededor de 110 muertes por día, según el Ministerio de Salud de la Nación. Por eso, con el objetivo de fomentar un período de 24 horas de abstinencia de todas las formas de consumo de tabaco alrededor del mundo y de resaltar los riesgos asociados a fumar, cada 31 de mayo se celebra el Día Mundial sin Tabaco. «Las personas fumadoras tienen un 50% de probabilidades de morir como consecuencia del consumo del tabaco y, en promedio, viven entre ocho y diez años menos que la población no tabaquista. Además de los implicados directamente, el humo ajeno puede causar graves trastornos cardiovasculares y respiratorios en adultos. En lactantes puede producir muerte súbita y en mujeres embarazadas, afectar el peso de los niños al nacer», explica el Dr. Hernán Provera, médico cardiólogo y Jefe del Departamento de Riesgo Cardiovascular del Instituto de Neurociencias Buenos Aires (INEBA).
Las medidas que se toman desde el Estado para desalentar el consumo son diversas: subas de precio, propagandas de shock, prohibición de hacerlo en lugares cerrados. Sin embargo, las cifras descienden pero muchos fumadores no se alertan ante el impacto que significa el consumo de cigarrillos para su salud y la de quienes los rodean. «Más allá de la dependencia física que todo adicto tiene, existe una dependencia psicológica mucho más fuerte y difícil de vencer: de hecho, la adicción al tabaco es mayor a la generada por la cocaína», explica la Licenciada en Psicología Kitay de Swiss Medical Group. Según la especialista, el tabaquista tiene una triple dependencia: química, psicológica y social. La primera corresponde directamente a la adicción al tabaco, en específico a la nicotina. En el caso de la dependencia psicológica, se trata de algo mucho más complejo, que es la relación del paciente con el objeto. Por último, el aspecto social se relaciona con la aceptación del hábito dado que su consumo es legal.

Dejar de fumar ¿una meta posible?

«Se estima que en algún momento de su vida uno de cada tres fumadores se plantea dejar de fumar. Entre los que lo intentan, un 25% no alcanza las 24 horas sin volver a probar un cigarrillo, el 40% resiste entre dos y siete días y sólo un 12% supera los 3 meses sin hacerlo», indica Provera. Sucede que cuando un fumador decide dejar de fumar debe emprender una lucha consigo mismo en la que debe atravesar diferentes etapas y donde la recaída se presenta como un obstáculo necesario a vencer. «El cerebro tiene un área que se llama mesolímbica, que es una de las más antiguas en el desarrollo de la raza humana. Ante determinados estímulos displacenteros, como las situaciones de estrés emocional, ese sector mesolímbico genera impulsos para la búsqueda de ciertas recompensas, es decir, quiere cortar con esa sensación displacentera cuanto antes. Es en estos momentos cuando el adicto al tabaco busca y prende un cigarrillo; así la nicotina inhalada llega al cerebro y produce una sensación placentera – o recompensa – que termina con la anterior», aclara el Dr. Silvio Payaslián, Director Médico de la Clínica Zabala, que además encabeza un programa sobre cesación tabáquica.
El deseo de prender un cigarrillo una y otra vez tiene que ver con el papel que juega la nicotina en el organismo. «La nicotina es una sustancia química potente que produce placer, aumenta la atención, disminuye el hambre y mejora el estado de ánimo. Puede actuar a la vez como estimulante y relajante. Demora tan solo siete segundos en llegar desde los pulmones al cerebro y unirse allí a diferentes tipos de receptores que estimulan el cerebro. Este proceso se activa, en promedio, unas 200 veces cada día en un fumador promedio y así se inicia la adicción al tabaco», asegura el Dr. Gerardo Galimbertti, Instructor del programa para dejar de fumar de la provincia de Santa Fe, director médico regional de urgencias y asesor de laboratorios Savant.

Cuando un fumador decide dejar el cigarrillo un intenso proceso se pone en marcha a nivel físico: disminuye la presión arterial, comienza a normalizarse el monóxido de carbono en sangre, mejora su olfato y el aspecto de su piel. Sin embargo, aquí también se inicia lo que se conoce como el síndrome de abstinencia. A medida que los deseos físicos de fumar se van desvaneciendo, entrará la adicción psicológica, mucho más fuerte y difícil de vencer porque la dependencia psicológica es mayor que la que se tiene físicamente. «Si los cigarrillos están ahí el tabaquista los fumará y buscará las ocasiones y momentos para poder hacerlo. El cigarrillo comienza a ser parte de su ser, si deja de fumar puede tener el miedo de dejar de ser, no logra imaginarse sin ellos porque estuvieron ahí en cada aspecto que los necesitó, se volvieron parte de su identidad y su ser. El tabaquista relaciona al cigarrillo con la personalidad, la familia, las costumbres o el trabajo. Para esta persona toda situación que involucre estrés, toma de decisiones, angustia, frustración, felicidad o aburrimiento es buena para fumar», explica Kitay. Cuando se deja de fumar, la mayoría de los síntomas del síndrome de abstinencia alcanzan su intensidad máxima de 24 a 48 horas después de haber dejado el cigarrillo y disminuyen gradualmente de intensidad en dos o tres semanas. Sin embargo, otros síntomas, como es el deseo urgente de fumar, particularmente en situaciones difíciles, persiste durante meses o años.

Recursos y herramientas

En los últimos años han aparecido nuevas alternativas, entre ellas el cigarrillo electrónico , cuya eficacia es tema de debate entre las autoridades sanitarias. «Si bien el uso del cigarrillo electrónico viene creciendo en el mundo y en nuestro país, no existe al día de hoy evidencia científica suficiente que garantice que su uso permitirá al fumador abandonar el tabaco. Tampoco existen certezas sobre su seguridad. Es un dispositivo no aprobado por FDA ni por la ANMAT. Al mismo tiempo existen otros tratamientos que sí han demostrado eficacia y seguridad, por lo que existiendo estas alternativas no debe aconsejarse el uso del cigarrillo electrónico», afirma el Dr. Silvio Payaslián.

Sin embargo, las buenas noticias para los que se animan al cambio es que cada vez son más los programas que se ofrecen para dejar de fumar. En la mayoría de los casos incluyen un abordaje integral del paciente: control médico, psicológico, nutricional y asesoramiento deportivo son los aspectos que se tienen en cuenta. Además, «la medicación puede ser un poderoso aliado en el tratamiento, especialmente en aquellos casos en los que el paciente ya tuvo intentos previos de dejar de fumar y falló en la causa», dice el Dr. Christian Alberto Leiva, Director del Centro Médico de La Posada del Qenti, pionero en tratamientos antitabaco personalizados. Y agrega, «el tipo de medicación puede variar de una persona a otra, desde suplementos con nicotina a fármacos específicos de adicción pasando por ansiolíticos. La premisa es darle al organismo la menor cantidad de fármacos posibles, pero en algunas ocasiones son muy necesarios para logar el éxito». En todo caso, el mensaje es claro y contundente: al dejar de fumar, la expectativa de vida aumenta y, lo que es más importante, aumenta la probabilidad de vivir sin enfermedades o sin incapacidad. Los beneficios de abandonar el consumo de tabaco comienzan a experimentarse apenas se deja de fumar y continúan el resto de la vida. «Es cuestión de decidirse y buscar ayuda. Nunca es demasiado tarde para abandonarlo», concluye Provera.

 

Fuente: La Nación (31/5/16)


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